miércoles, octubre 19, 2011

Las Pasaderas

29 de Junio: San Pedro y San Pablo- Las Pasaderas
Las «Pasaeras» era un juego que consistía en cruzar el cauce del río Darro sobre piedras enjabonadas o con sebo. Era como una cucaña, sólo para señoritas, se iniciaba la diversión a las siete de la mañana y otorgaban premios la Comisión de Festejos y el comercio. En 1972, último año de las «pasaeras», pusieron la fiesta a las siete de la tarde; ¡Innovadores!

El cura Bueno Pardo escribe: «El día de San Pedro va mucha gente a rezarle y mucha, mucha, muchísima a las enjabonadas pasaderas del río; a mojarse las mozuelas gentiles los zapatitos nuevos y las bordadas fimbrias de los limpios vestidos en la espuma de la corriente mansa, mientras que, atolondrada muchedumbre del masculino sexo, se entretiene en cazar «monas» por los alrededores pintorescos de las cercanas alturas» Surroca dice que los mozos se dedican a cazar «moscas». El que tenía razón era el cura, pues los jóvenes, además de trincar mozas entre los árboles, agarraban «monas», jumeras increíbles. Afán de Ribera dedica a la Fiesta de las pasaderas más de diez páginas, en las cuales describe minuciosamente el jolgorio y su mecánica. En un momento explica: «¡Qué bulla y qué bullicio cuando alguna forastera, moza de servicio, más audaz que sus compañeras, intentaba la aventura, dando por postre un episodio de enseñanza libre de robustos cimientos y de ligas más o menos verdes o coloradas!» Al fin, todo el mundo acababa cantando lo de «A San Pedro, como era calvo, le picaban los mosquitos, y su madre le decía: Cómprate un gorro, Perico».
Hasta hace unos años se mantuvieron las pasaderas y hoy esperamos su rehabilitación, ya que se habla de «asociación de vecinos de San Pedro». Si renacen, estamos seguros que los organizadores sabrán respetar las tradiciones. La víspera de la fiesta, Los Serenillos, que tenían un quiosco al lado del Rey Chico, eran los encargados de abrir la poza y colocar los peñones para las pasaderas: eran siete, tres fijos al principio y tres, también fijos, al final, y el de en medio, que se movía. A las piedras se las untaba con jabón y sebo, con lo que resultaba muy difícil cruzar el río sin caer a la poza, incluso evitando la piedra móvil del centro. La diversión se iniciaba con el alba y los mozos esperaban el comienzo de ella tomando anís y buñuelos, aquellos que se vendían engarzados en un junco. En los últimos años de su celebración, con las limitaciones a que eran sometidas las jóvenes, las principales participantes, a la hora de cruzar descalzas las «pasaeras», fueron las «niñas de mal vivir». Y, entre ellas, se dice que aguantaron hasta que se extinguió la fiesta, la Puta Pelada y la Pelona de la Fuente, muy habilidosas en esquivar resbalones. Al medio día, se cercaba el paseo y se obsequiaba a los chaveas del barrio con arroz con carne. Lo preparaban los cocineros del Sacro Monte, que bajaban con toda clase de cacharros y peroles y lo servían las mozas del barrio, ataviadas con mantones de manila y peinetas. Ambiente muy de los años cuarenta.

Estracto del libro de Antonio Joaquín Afan De Ribera - Fiestas Populabes De Granada (1884)
I.
Hay Santos de miedo, según la frase vulgar, y eso acontece con el bendito San Pedro, aunque sea el amo de las llaves del cielo, y uno de los más populares apóstoles cuando andaba por estos mundos de Dios.
Asi es, que el hecho á que se refiere el cantar granadino que dice:

Dauro tiene prometido
el casarse con el Genil,
y le ha de llevar en dote
plaza Nueva y Zacatín.

Afirman viejas comadres que ha de tener efecto un 29 de Junio, aunque sin poder asegurar el año, pues á tanto no llega el espíritu profótico de estas aves de mal agüero. Mas los incrédulos se burlan de semejantes murmuraciones, achacándolas á malquerencia con el Santo, por suponérsele enemigo nato de las solteronas, á las que tiene jurado no abrirlas ni la rendija más diminuta de la mansión apetecida que custodia.

Verdad es, que las famosas avenidas del rio de las arenas de oro, han sido, por lo regular, en su aniversario, y que es muy raro se pase su tarde sin que nubes más ó menos amenazadoras aparezcan por la sierra de Huétor, entoldando por intervalos el claro azul de la atmósfera del Estío.

Mas semejantes temores, que de no verlos realizados se abriga consoladora esperanza, no impiden que la famosa verbena fuese una de tantas festividades populares llamadas, por desgracia, a desaparecer, y que, recreando el ánimo, ponia de relieve nuestros tipos y nuestras costumbres.

II.
No esperaban las gentes á que los ardorosos rayos del sol menguasen su brillo, para inundar, en distintos sexos y edades, el agradable paseo de la Carrera del Darro, formando un interminable cordón desde la plaza Nueva, y esparciéndose, ya por las cuestas de la Victoria y del Chapiz, ya por la del Rey Chico, ó subiendo la entonces pintoresca y tortuosa del Avellano.

Cierto que no hay muchas hermosuras como la de Granada, sin que pueda atribuírseme este elogio á pasión como uno de sus hijos.

Venid conmigo y admirareis el lindo cuadro que se presenta.

El Dauro, encajonado y deseando ensanchar su cauce, fertiliza desde Jesús del Valle los alegres cármenes que bordan sus orillas, y que son mansión de salud, nido de hadas y plantel de flores y verdura.

Pasando por el puente de las Chirimías, lame las primeras casas de la Ciudad, y como que desea apresurar su curso bajo la famosa torrentera •vecina de la iglesia, temiendo que el Cubo de la Alcazaba se desplome y entorpezca su corriente.

Á la entrada del Paseo, la vista se eleva contemplando los muros y balconaje del afiligranado salón de Embajadores, y más a lo lejos la torre de los Pieos, y los restos de la cerca de los moriscos adarves, que recuerdan en las noches de luna las
zambras voluptuosas de las esclavas del harem de los soberanos nazaritas.

Y á la izquierda las chumberas de Montes-Claros y los torreones de la enorme muralla donde se abría la puerta de Bib-Guedaix, y el árabe palacio que ocupaba la Aduana de la Seda, uno de los más florecientes ramos de la mercadería musulmana,
y el Sacro-Monte, elevándose majestuosamente á espaldas del cerro del Sol, guardando en preciado templo las veneradas cenizas de los Santos Mártires del Evangelio.

Y á la derecha el camino de aquella poética fuente que Chateaubriand comparó á la de Vaucluse, y donde sus filtradas aguas refrescan los ardores de su penosa subida, precursora de la que conduce á las de la Salud y Agrilla, remedio eficaz de las doncellitas ojerosas á quienes el amor desvela, y que necesitan de un líquido ferruginoso que renueve su sangre y les devuelva el sueño y el apetito.

Y en el valle, á uno y otro lado, florestas de verdes avellanos, cuyas raices besan las corrientes y entre cuyos troncos suspiran las auras, que saturadas de vida llegan á ensanchar el pecho de los que las respiran, sin tener la peligrosa humedad de las de Genil, y con doble y más purísimo y reparador oxígeno.

Y atravesando el puente de las Cornetas, se entra en el paseo llamado de los Tristes, sin duda por la soledad que alli de continuo reina, ó porque en este sitio se despide á los que fueron, y que por la agreste vereda á que da nombre el último
rey musulmán, «Boabdil el Zogoibi, ó Desventurado», son conducidos á la última mansión que á todos aguarda en el Campo de la Escaramuza.

Pues añadid al boceto que toscamente describo, un tocado de cielo purísimo, de un azul que únicamente se conoce en algunas regiones de Andalucía, y entonces comprendereis la verdad de mis palabras, y exclamareis con el insigne Zorrilla:

«Granada, ciudad bendita
reclinada sobre flores;
quien no ha visto tus primores
al nacer debió cegar.»

III.
Pero volvamos al asunto que nos ocupa. Son las cinco de la tarde y la concurrencia es numerosísima.
Una banda de música hace oir sus acordes en medio del arrecife, pero los mozos decidores y las lindas muchachas que de los barrios han venido luciendo su precioso talle, sus ojos hechiceros, y su gracia y su limpieza, realzada con los trapitos de cristianar, es decir, la enagua con faralaes, el mantón de Manila y el manojito de claveles en el cabello, esas no tienen otra frase que la de vamos al rio á recorrer las pasaderas.

Razón es seguir sus deseos, que siempre es gustoso ir en buena compañía, y ocupando la rampa del carmen de la Fuente, nos encontramos con las dichas, en pleno álveo, con arenas y piedras en un lado, y corrientes más ó menos cristalinas en el opuesto.

Entre la bajada de la huerta de Zapata y la linde de la antedicha posesión, los jóvenes solteros de aquellos contornos, se habían entretenido por la mañana en ensanchar el lecho del rio, para que no pudiera vadearse á saltos, y fuera preciso el atravesarlo por cima de unas tablas, que tenían por apoyo dos gruesos peñones en los extremos.

Y me diréis, amados lectores, aquellos que desconocen el motivo, que cuál encanto conducía á aquella peligrosa puente de Mantible, que en verdad ni los honores de senda podía obtener.

Pues bien; yo les responderé prontamente, que el misterio consistía en estar el referido tablado lleno de peguntoso jabón, con gran paciencia y nó muy católicas intenciones introducido, haciendo el andar por él, tan resbalizo y peligroso que era necesaria la habilidad de un equilibrista para recorrerlo.

Y consistía la gala de las mozuelas, unas á sabiendas y otras ignorantes, el atravesarlo, para beber y descansar en un manantial á que dá nombre la Teja por donde un hilo plateado iba a llenar el rústico recipiente.

¡Qué de bulla y de jolgorio, cuando alguna forastera, moza de servicio, más audaz que sus compañeras, intentaba la aventura, dando por postre un episodio de enseñanza libre de robustos cimientos, y de ligas más ó menos verdes ó celeradas.

¡Qué de aplausos cuando unos pulidos novios, llevando las manos entrelazadas por balancín, salían sanos y salvos, mientras la madre desde la orilla, sin atreverse á seguirlos, los llamaba á grandes gritos, que con el murmullo general no oia la mozuela!

¡Pues y cuando un discípulo de Baco, que llegaba de alguna sombra del barranco de las Tinajas, quería lucir sus andares, y á lo mejor se daba un baño, sirviéndole el refrescón de excelente medicina!

Y la algazara de los chicuelos y gente menuda, que saltando como ranas apostrofaban á las tímidas, y eran el coro de los mozalbetes que con pañuelos llenos de garbanzos tostados obsequiaban á sus parejas, ó requebraban á las prójimas que en bandadas como las golondrinas, saltaban de piedra en piedra, enseñando unas cosas cuyo diseño es para quedarse en el tintero!

En estas y las otras, el sol corría á ocultarse detrás dé los montes que rodean la ciudad,y los grupos diseminados en el cauce del rio, y que habían estado de merienda, acudían también á el concurso, y mal que bien salían como á nado de aquellos parajes, aprovechando la conveniencia de que con tantos resbalones y pases, el unto ya se habia quedado en las suelas de los zapatitos de tabinete de las muchachas, y en los claveteados botines de los labradores del camino.

No creáis que esta diversión popular, era solo para la gente de bronce. También las señoritas se atrevían á tomar parte en ella, y muchos caballeros de sombrero de copa, á riesgo de pediluvios, obtenían el apetecido sí, que se sancionaba después en amante diálogo en la reja de su adorada.

No faltaban sus quimeras, sobre si algún celoso marido notó que un prójimo se bajaba demasiado a examinar las extremidades de su cónyuge, ó si un amante mal correspondido veia que su adorado tormento apretaba la mano más de lo regular al hombre que le servia de cirineo en el mal paso, pero más eran los gritos que los coscorrones, y se cumplía perfectamente el adagio, de que no llegaba nunca la sangre al rio.

Algunas reyertas heran objeto de burla, ya porque un activo municipal ó un justiciero alcalde de barrio, al perseguir á los criminales, daban su correspondiente chapuzón al intentar de carrera la peligrosa travesía.

Esto formaba el saínete de las pasaderas en la verbena de San Pedro, olvidada hasta otro año, mientras las tinieblas se extendían por el horizonte, y el tropel de paseantes se apresuraba á ganar sus viviendas, unos satisfechos y otros renegando de su excursión á las Angosturas, denominación técnica del sitio que describimos.

También se encontraban rezagados, como siempre los hay en esta clase de fiestas, durmiendo la mayoría la peana en aquellas orillas, expuestos á que una avenida de las que no avisan, que es otra de las condiciones especiales del apacible Dauro, los llevase mal de su grado á despertar á Sevilla, envueltos entre las turbias oleadas de la tormenta.

Y asi mismo á otros á quienes el peleón les daba por guerreros, aguardaban la noche para moverla, como le aconteció á un terne de mi conocimiento, que ya dadas las Ánimas quiso pespuntar el guitarro á un grupo que sentado en escondido poyo, se ocupaba en rezar y no oraciones, y entonando aquello de:

«San Pedro como era calvo,
le picaban los mosquitos.»

Obtuvo por la irreverencia un formidable estacazo, que lo llevó á San Juan de Dios á continuar el interrumpido solfeo.
Y de esta y como esta, no faltaban escenas para apéndice, siendo el pasto sabroso del siguiente dia, en corrillos y tabernas, y la ocupación no deseada de escribanos y alguaciles.

Pero los tiempos mudan, y las costumbres populares, tan arraigadas desde hace siglos, se van perdiendo en esta atmósfera excéptica ó indiferente que nos rodea, y las antiguas fiestas donde el patriotismo y la religiosidad se demostraban, hoy cuando menos sirven de casos de burla, eclipsándose aquellas hermosas luces del olmo, ante los rojizos resplandores del petróleo y los embales crecientes de la revolucion universal.

¡Ay! que por lo que hace á nuestra patria, el Señor permita que se mejore algún tanto aquel non possumus que, como dicho á San Pedro, servirá de final á esto artículo.

Cuéntase que el Apóstol, deseoso de llenar á España de celestiales dones, pidio y obtuvo de su Divino Maestro para aquella, un horizonte purísimo, una vegetacion lozana, un clima saludable y una belleza especial para los en esta tierra nacidos.

Pero al querer, como conjunto de tantas finezas, un paraíso, le respondió el que todo lo puede:
—Eso es imposible; entonces seria el segundo paraíso.
Y asi ocurre, es un paraíso, pero con serpientes.

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