El desventurado Boabdil acompañado de su madre, esposa e hijos se retiró al valle de Purchena, donde se le había concedido un territorio corto, pero fértil, con el señorío y rentas de varios pueblos. AI visir Jusef Aben Comixa se había señalado igualmente muchas tierras; y así él como Jusef Tanegas acompañaron al Rey en su retiro. Si cupiese en el corazón del hombre vivir contento con la posesión del bien presente, sin acordarse de grandezas pasadas, Boabdil hubiera podido al fin disfrutar algunos días serenos. Viviendo en un valle delicioso y en el seno de su familia, rodeado de vasallos obedientes, y de leales amigos, hubiera podido volver atrás la vista, y contemplar su pasada carrera como quien recuerda las especies de un confuso y espantoso sueño; y debiera bendecir el cielo por haber despertado en el goce de tan tranquila seguridad. Pero Boabdil no podía olvidar que había sido Monarca, y la memoria de la pompa regia en que se había visto, le hacían mirar con desprecio todas las comodidades que disfrutaba. En este estado de cosas el visir Aben Comixa, creyendo complacerá a su amo, ó acaso inducido por los ministros de Fernando, se concertó con el Rey Católico para la venta de las posesiones de Boabdil, y sin la aprobación ni consentimiento de éste, la efectuó por la cantidad de ochenta mil ducados de oro, que le fueron pagados en el acto. Aben Comixa, cargando el dinero en acémilas, partió alegre de vuelta a las Alpujarras, y llegando á presencia de Boabdil, le puso delante el oro, diciendo: "Señor vuestra hacienda traigo vendida; ved aquí el precio de ella. He querido apartaros del peligro en que vivís, permaneciendo en esta tierra. Los moros son una gente veleidosa y temeraria, y con el pretexto de serviros no dejarán de intentar cosas que acarreen la ruina de todos nosotros, y pongan en riesgo vuestra persona. He notado también la tristeza que os consume en este país, donde todo os recuerda que fuisteis Rey, sin dejaros la menor esperanza de volverlo á ser. Vamos, señor, al África, que con este dinero compraremos allí mejor hacienda, y viviremos con más honor y más seguridad.
Al oír estas palabras fue tal la cólera de Boabdil, que sacó su cimitarra, y si no le quitaran tan presto de delante á su oficioso visir, lo sacrificara en el acto á la rabia que le dominaba. Pero Boabdil no era vengativo; aquella llamarada de ira se apagó muy pronto, y viendo que el mal no tenía remedio, juntó sus tesoros y efectos preciosos, y partió con su familia y criados para un puerto de mar donde le esperaba un navío prevenido por orden del Rey cristiano.
Cuando llegó al puerto, acudieron muchos de los que habían sido sus vasallos para verle antes que partiese. Embarcase Boabdil, y los espectadores viendo desplegadas al viento las velas del navío, ya libre de sus amarras, quisieran con una despedida afectuosa, mostrar á su desgraciado príncipe el interés que tomaban en su suerte; pero la consideración del estado humilde á que había llegado, trajo irresistiblemente á su memoria el apellido ominoso de su juventud: "Adiós, Boabdil dijeron, Alá te guarde, Al-Zugabi" (el Desdichado). Esta denominación fatal se imprimió altamente en el corazón del expatriado Monarca, y de nuevo se le humedecieron los ojos al perder de vista las nevadas cumbres de la serranía de Granada.
Llegando á Fez, fue bien recibido del Rey Muley Acmed, deudo suyo, y vivió muchos años en sus dominios. Su manera de vida en todo este tiempo, y si la pasó con resignación ó disgusto, no lo dicen las historias. La última noticia que se tiene de él es del año 1526, treinta y cuatro años después de la pérdida de Granada, cuando acompañó al Rey de Fez á la guerra, para suprimir una insurrección de dos hermanos llamados Xerifes. Los ejércitos se dieron vista en las orillas del Guadisved, o rio de los esclavos junto al vado de Bacuba. El rio era profundo, las orillas altas; y por espacio de tres días estuvieron los dos ejércitos haciéndose fuego de la una á la otra parte, sin atreverse ni unos ni otros á pasar aquel vado peligroso. Al fin, habiendo el Rey de Fez dividido su ejército en tres trozos, dio el mando del primero á su hijo, en unión con Boabdil, encargándoles que pasasen el vado y ocupasen al enemigo, mientras él llegaba con el resto de las tropas. Boabdil acometió la empresa; pero cuando llegó á la orilla opuesta, fue tan vigorosamente atacado por el enemigo, que el hijo del Rey de Fez y muchos de los capitanes más valientes murieron en el primer encuentro. Retrocediendo estas tropas, se mezclaron con las demás que empezaban á pasar el vado, y se siguió la mayor confusión y desorden; la caballería atropellaba á los peones, y éstos, atosigados por la matanza que hacía en ellos el enemigo, no sabían á que parte volverse; por manera, que los que escapaban de morir a hierro perecían en el agua. En esta horrible carnicería sucumbió Boabdil, verdaderamente llamado Al-Zugabi, triste ejemplo de los caprichos de la fortuna; pues tuvo este príncipe valor para morir en defensa de un reino ajeno, no habiéndolo tenido para morir defendiendo el suyo.
Nota. En la galería de pinturas del Generalife, puede verse un retrato del Rey chico Boabdil, que está representado con semblante apacible, rostro hermoso y de buen color, y cabello rubio. Su vestido es de brocado amarillo con relieves de terciopelo negro, una gorra de la misma estofa y color, y sobre ésta una corona. En la armería de Madrid existen dos armaduras que se cree fueron suyas, una de ellas de acero sólido con muy pocas labores; y según sus dimensiones, puede presumirse que Boabdil sería de buena estatura y de robusto cuerpo.
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